Réplicas

 

No es mucho lo que sabe Maribel. Todo lo que lleva en su mente, además del pequeño mundo creado a su alrededor, son las instrucciones para la tarea que tiene que realizar. Para arreglar el ventilador debe ir desde la casa de su madre en San Martin, su casa en ese momento, hasta el barrio Once y conseguir un juego de pequeños destornilladores para desarmar celulares, de esos que muchas veces le han ofrecido comprar durante algún viaje en subte. A propósito de aquel vehículo, en esa extraordinaria ocasión, el subterráneo tiene que pasar justo por la puerta de su casa. Maribel espera mientras se toca la panza y, aliviada, nota que está chata.

El subte se detiene frente a ella. Son los clásicos vagones de la línea B, con los asientos rojos. El tren está a la intemperie y se hace subterráneo en el momento en que Maribel entra y las puertas se le cierran por detrás. Aquel tren que se detuvo en la calle ahora se mueve bajo tierra.

Hay muchas personas viajando. Es una perfecta recreación del paisaje del interior de ese vehículo al cual Maribel está tan acostumbrada. Observa a la gente, pero no reconoce las caras. Un asiento se libera y ella lo ocupa. Enseguida comienza a escuchar la voz del niño que vende estampitas. Cuando lo ve en el otro extremo del vagón, agradece que en ese momento no haga ni frio ni calor. Sin saberlo, ese clima tan templado y agradable, es el regalo que Maribel está haciéndole al pequeño niño de delgada figura y pantalones cortos gastados.  Cuando el chico se le acerca, Maribel sin dejarlo hablar, abre la ventanilla y un fuerte viento corre desde adentro hacia afuera volando la pila de estampitas que el niño lleva en sus manos. Él no reacciona de mala manera, solo se acerca a Maribel y, de repente, el espacio en el asiento de al lado, que hasta ese momento era ocupado por una persona cualquiera, pasa a pertenecer al niño. Ahora viajan sentados uno junto al otro. Ahí, en ese, digamos momento, parecen llevarse bien, tener afecto entre ellos.

— ¿Qué pensás? — Pregunta Maribel mientras palmea en el hombro al niño.

— Yo tengo algo mucho mejor que lo que estás yendo a buscar.

Maribel saca de su bolsillo varios billetes de 100 pesos y se los entrega sin cuestionarse dicha acción. Ahí, esa decisión impulsiva es perfectamente lógica. El niño tiene en la mano el celular de Maribel. Lo manobra muy rápido durante un corto tiempo y se lo entrega. Ella encuentra un nuevo ícono en su navegador y, antes de abrirlo, se da cuenta que ya entendió completamente el mecanismo de esa milagrosa aplicación. Es tal su júbilo, que olvida agradecer al niño. Y de golpe, Maribel siente calor, muchísimo.

 

El calor es demasiado, la luz sigue cortada así que estamos sin ventilador. Logré dormir más o menos una hora, pero me desperté y sé que ya me va a resultar imposible conciliar el sueño de nuevo. Me mojé la cara y el pelo, ahora vuelvo al dormitorio. Darío duerme, no sé cómo hace. No quiero acostarme, no puedo soportar, con este clima, el contacto con las sábanas y esa piel sudada. La luz se cortó antes de que nos fuéramos a acostar, entonces hice una catarsis que nos dejó medio peleados a Darío y a mí. Es que le tuve que decir que no lo entiendo. No entiendo cómo puede estar tan tranquilo. Me irrita que no se preocupe por estar yo sin trabajo y el de repartidor, siendo esa nuestra situación en este país que cada vez promete menos. No puedo entender como mi novio pudo haber votado al presidente que tenemos. Pero se ofendió en serio cuando le dije que había que pensar la pérdida de mi embarazo como una señal de que aún no es el momento de tener hijos. Él quiere seguir intentándolo, yo no, no estamos preparados. Lo que me sigue molestando es que, ofendido y todo, esté tan tranquilo, durmiendo como un bebé. ¿No entiende?, ¿no se da cuenta que estamos con 35 grados de temperatura y sin luz? ¿Cómo puede descansar así? Lo veo tirado y desparramado, de espaldas hacia mí. Lo único que alumbra es una vela encendida en la cómoda junto al espiral para los mosquitos. A Darío le chorrean gotas de sudor que salen de su nuca, bajan por la espalda y le llegan hasta el calzoncillo. Necesito salir de este departamento, y si finalmente se larga la tormenta, mejor. Que la lluvia me empape toda.

Me acuerdo de haber visto un estado en WhatsApp de alguien que va a ir más o menos a las 11 de la noche al cine que está frente a la plaza del Congreso. Uno donde pasan películas argentinas y la entrada solo cuesta diez pesos. Aún estoy a tiempo, si tomo el subte hasta la estación Callao y camino unas seis cuadras, llego en veinte minutos y me quedan como veinte más hasta que empiece la película. Aún enojada y sabiendo lo que me va a responder, le pregunto a Darío si no quiere ir al cine conmigo y me dice medio dormido que no, así que voy sola.

En el andén de la estación de subte, el calor se siente todavía más sofocante. Deseo con todo mi corazón que el tren tenga aire acondicionado. Mientras espero a que pase, saco mi celular y le mando un mensaje a Santi, el chico del estado que vi antes. Él fue un compañero de la facultad de Artes Visuales, de varios años menos que yo. Le aviso que vi que iba a ir al cine y que yo estoy yendo también porque no tengo luz en casa y además quiero ver cómo anda, ya que hace como un año que no lo veo.

El tren no tiene aire acondicionado, así que voy sentada al lado de la ventana para que el viento en la cara me reconforte un poco. De repente me acuerdo del sueño que tuve hace un rato: solo recuerdo algunas cosas, pero se me hace muy real la imagen de estar yendo en el subte hablando con el chico de las estampitas. En ese sueño, el nene me instalaba una aplicación que podía multiplicar cosas. Rarísimo. Tal vez se lo cuente a Santi. Es lo que siempre hacíamos, contarnos nuestros sueños.

Salgo de la estación Callao, por ahí cerca está la librería de donde me echaron. Siguen liquidando los últimos libros. Próximamente la van a cerrar, pero no quiero pensar en eso. Respiro profundo y siento como el aire caliente recorre mis pulmones, asfixia. Sigue refusilando, la lluvia no puede seguir tardando tanto. Tengo que caminar unas seis o siete cuadras hasta la plaza del congreso. La avenida Callao está muy transitada, la gente parece triste, preocupada. En ellos, estoy segura, puedo leer lo que dicen sus caras, qué es aquello que los aqueja, de donde vienen todas sus frustraciones, pero al que sonríe, que escasamente se me cruza en el camino, no lo leo. No empatizo con ellos, quiero golpearlos. Siento que se burlan de mí, pero, de repente me siento una hipócrita, porque cuando vea a Santiago, lo más probable es que sonría, y capaz que también lo haga él.

Al lado del cine hay un maxikiosko con aire acondicionado y unas mesas adentro. Compro un agua mineral y me siento a esperar a Santiago. Muchas veces me dijo que iba seguido a ese cine y generalmente lo hacía solo, pero esta vez no es el caso. Santiago llega con un amigo, y después de saludarme, me lo presenta. Parecerían tener más o menos la misma edad, unos veintitrés años. El chico también es compañero de la facultad, debió haber ingresado luego de que yo dejé. Hablamos muy por arriba de algunas cosas. Sobre mí solo cuento que me echaron de la librería y que estoy sin luz. Querría haberle contado del embarazo que perdí, pero estando Rafael, su amigo, no me dan ganas de sacar el tema. Santi me dice que también está sin trabajo pero que los viejos lo siguen bancando, puteamos al gobierno un rato y después casi no digo nada. Ellos dos se ponen a hablar de cine y de la peli que vamos a ver. Me resulta hipnótico escuchar a Santi hablando de la filmografía de Lucrecia Martel. Vi todas esas películas y, aunque me resultaron densas, pude disfrutarlas. Las atmósferas que se crean en ellas realmente impresionan. Cuando el que habla es Rafael, quiero que se calle. Tiene un deje de sabelotodo chamuyero que lo hace infumable, casi igual que Santi, pero a él si disfruto escucharlo. Después de un rato, Rafael sale afuera a fumar. Lo miro a Santi y sonrío un poco.

— ¿Qué? — Me pregunta con una risa incómoda.

— Nada, cuando hablas de cine y esas cosas me dan ganas de chaparte.

Los dos nos reímos.

— No, fuera de joda, ¿Qué onda tu vida? ¿Alguna novia o novio o algo? — Pregunto mientras doy un sorbo de agua.

— Bueno, si le querés poner un título, sí. Estoy saliendo hace casi un año con una compañera de la facu.

Era de esperarse, pero escucho eso y siento que se me cierra un poco la garganta, no puedo tragar el agua. Es solo por unos segundos. Se me pasa.

— Bien nene— Le respondo. — Me la tenés que presentar, mañana es el cumple de Dana, podés ir con ella.

— Podría ser, hace bocha que no la veo a Dana, estaría bueno.

Nos quedamos en silencio un par de segundos y Santi empieza a hablar.

— ¿Vos qué onda? Seguís re casada, ¿No?

Me dan ganas de hacer de nuevo toda la catarsis que hice hace un rato en casa. De hablar. Hablar mucho y putear a todo el mundo, eso me genera la pregunta. Pero respondo con un “si, todavía seguimos juntos” y saco el celular para ver la hora. Le digo a Santi que la peli empieza en quince minutos y me dice que sí, que mejor vayamos.

 

Van diez minutos de película. Me impacta la fotografía, el diseño de arte y como está recreada la época. El trabajo de sonido, por lo poco que entiendo, parece excelente. Hasta hay recursos extraños que confunden, como voces en off de los personajes que figuran en cuadro. Hay frases que comienzan en off y de golpe continúan, pero pronunciadas por el personaje de la pantalla. Es rara, parece ser una peli muy buena, de esas poco convencionales que no solo te cuentan una historia. Ahora que lo pienso, creo que leí el libro en el que se basa, pero hace mucho, no me acuerdo de nada.

Quiero ver la peli, quiero hablar sobre ella con Santi, pero no voy a poder. Se me cierran los ojos. Los abro e intento recuperar el hilo de lo que está pasando. Se cierran de nuevo. Acá estoy cómoda, aunque las butacas no sean las mejores. Está fresquito.

Ultima vez que intento mantenerme despierta. No, no puedo. Ya fue.

 

Se supone que tendría que estar en el barrio Once, pero Maribel camina por unas calles peatonales en otro lado. Sabe que está en Buenos Aires, pero no distingue exactamente dónde. Podría ser algún lugar del microcentro. Hay muchos negocios por todas partes. Vidrieras con incontables electrodomésticos, equipos de audio, televisores. Maribel camina y la peatonal parece no tener fin. La gente a su alrededor, muchísima, lleva grandes bolsas con sus múltiples compras. Antes de empezar a usarla, Maribel recuerda las instrucciones de su nueva aplicación para el celular. SI bien hay cosas que aun ignora respecto a esa extraña tecnología y su funcionamiento, el proceso es sencillo. Con la cámara debe escanear aquello que se desea replicar, paso que tarda menos de un segundo. Luego tiene que apuntar el celular en dirección al espacio donde se quiere materializar la copia del objeto.

Maribel ya está lista. Finalmente cumplirá su deseo de tener todo lo que siempre quiso. Con esa aplicación puede replicar lo que sea. Pasa por una vidriera donde hay un sombrero rojo. Lo escanea con la cámara de su celular y al poco tiempo ya tiene el sombrero en sus manos. Lo mismo hace con una campera, con teléfonos celulares, con libros cuyas letras no distingue, con lo que sea que encuentre. Ya se olvidó de la gente a su alrededor. Solo son ella y sus réplicas.

Y ahora va rapidísimo en una bicicleta deportiva que lleva enganchados unos carros repletos de cosas, de cientos y cientos de objetos duplicados. Ya no se detiene. Los objetos en los negocios están lejos, pero Maribel los ve con una velocidad sobrenatural y ejecuta la aplicación de su celular para multiplicar cada cosa que desea, consiguiéndolo en fracciones de segundos. Y de golpe se da cuenta de que las réplicas van desapareciendo: primero se esfuma el sombrero rojo, luego la campera, y así hasta que no le queda nada.

— Tiene sentido. — Se dice. —Tiene que volver todo a donde siempre estuvo.

Maribel entiende cual es el verdadero funcionamiento de la aplicación, así que empieza a pensar en otra manera de darle uso. Y de repente escucha:

— ¿A dónde espera ser trasladado?”

Las palabras son pronunciadas por una voz de mujer, con acento español. 

 

Me despierto con el sonido de la película. En la pantalla se reproduce una escena donde el protagonista habla con una mujer. Ambos tienen ropa estilo colonial y hay un esclavo que les hace viento con no sé qué aparato. No sé cuánto dormí, pero siento que alcancé el sueño profundo. Le digo a Santiago que me siento mal y que mejor me voy para casa. Intenta convencerme de que me quede, pero, sin dar muchas más vueltas, lo saludo con un beso y me voy de la sala. En el Lobby del cine hay poca gente; además de los que vigilan la entrada de las salas y las dos chicas de la boletería, hay un hombre de unos cuarenta años vestido con una bermuda y una camisa de mangas cortas, bebiendo una botella grande de gaseosa de marca económica. Yo me siento en los primeros escalones de las escaleras que llevan a las salas de arriba. Le mando un mensaje a Darío preguntando si ya volvió la luz en casa. Espero un rato, pero no responde. Quiero llamar, pero no tengo crédito en el celular. Cuando salgo a la calle me doy cuenta que el clima cambió. Al parecer llovió mientras estaba dentro del cine. Hay viento y refrescó mucho. De hecho, hasta me da frio. Solo llevo un short y una musculosa, pero se siente demasiado satisfactorio que el calor se haya ido. Para llegar a casa voy a tomarme el colectivo en la esquina porque los subtes ya cerraron. Quiero dar una vuelta por el parque antes de ir a la parada. Mientras camino siento que alguien viene detrás de mí. Los pasos me empiezan a inquietar, así que me corro al costado para dejar pasar a esa persona, de esa manera, aunque sea puedo ver quién es. Es preferible eso que aquella sensación, difícil de explicar, de caminar sola y escuchar pasos en la oscuridad sin poder ver quien los realiza. La experiencia me saca las ganas de pasear, así que voy a esperar el colectivo. Espero que tengamos luz de nuevo, aunque lo dudo. Cuando llegue voy a encontrar a Darío acostado en la misma posición en que lo dejé, y a la vela y el espiral consumidos. Aunque sea voy a poder abrir la ventana y la persiana para que corra un poco de aire y refresque.

Me despierto cerca de las once de la mañana, otra vez tuve uno de esos sueños raros. Darío salió a repartir y antes de irse me dejó una nota donde dice que me ama y que recuerde que a la noche hay que ir a la casa de Dana por su cumpleaños. Él va a ir a lo de los padres después del trabajo así que asumo que nos vamos a ver recién a la noche.

Me levanto de la cama y me preparo un té. Por suerte volvió la luz así que puedo encender la computadora. Envío varios currículums por internet y después abro mi carpeta de escritos. Tengo varios cuentos cortos sin terminar. Me quedo mirando el monitor mientras me termino el té. Luego cierro la carpeta y apago la computadora. Le envió un mensaje a Dana saludándola por su cumpleaños y nos quedamos conversando un rato. Le digo que anoche lo vi a Santiago y ella me responde que ya sabe, que él se lo dijo y que estuvieron hablando. Me dice que lo invitó a la juntada pero que, al parecer, no puede ir. Después de hablar un rato con Dana, no hago mucho más durante el día.

Llego a lo de Dana antes que Darío. En la reunión somos pocos. Está Dana con dos pibes más chicos que no conozco. La chica se llama Lilibeth y al otro le dicen Charly. Dana habla casi todo el tiempo con ellos. Yo me quedo sentada en la punta de la mesa con otros dos invitados: Lautaro y su novia Romina, que no se si sabe que Lauti y yo tuvimos una historia. Estamos los tres hablando de la brutal represión que hubo hace unos días en respuesta al reclamo por la nueva reforma de pensiones y jubilaciones que el gobierno va a sacar. Yo estoy indignadísima por el tema, hasta siento ganas de llorar. Mientras hablamos compartimos una botella de vino y Dana o alguno de sus dos amigos nos pasan cada tanto un faso para que demos algunas pitadas. Trato de no mirar mucho tiempo a Lautaro a los ojos, pero también trato de hacer contacto visual ocasionalmente. Mientras más voy fumando, más me detengo a pensar en donde es que se supone que tengo que concentrar la mirada.

Terminada la botella de vino y habiendo fumado ya bastante, me siento algo mareada. Darío me dijo hace un rato que no iba a venir, que no se sentía bien. Lautaro y Romina se acaban de ir. Charly se va durante un rato a hacer no sé qué, y cuando regrese, él, Lilibeth, Dana y yo vamos a salir a tomar algo. Nos quedamos nosotras tres y les pregunto cómo se conocieron. Dana me dice que conoció a Lilibeth en el gimnasio y que a Charly lo invitan porque les consigue droga. Cuando dice eso, ella y Lilibeth se ríen. Quedamos un rato en silencio y luego Dana me pregunta sobre la noche anterior. Le digo que no pude hablar mucho con Santi y que durante la película me dormí. Luego les cuento sobre lo que recuerdo de los sueños que estuve teniendo. Les digo que cuando me dormí en el cine, soñé que tenía un artefacto que permitía multiplicar las cosas, pero que después esas réplicas desaparecían, porque lo que pasaba en realidad es que el objeto multiplicado viajaba en el tiempo y luego regresaba.

— No entiendo— Dice Dana.

Yo le respondo intentando que suene tan lógico como lo era en el sueño.

— Cuando le apunto a algo con el celular, en el sueño, y después hago aparecer una copia de eso, lo que en realidad pasa es que el objeto, en algún punto del pasado desaparece y aparece como réplica en el momento donde yo estoy. Pero después desaparece porque vuelve de nuevo a su tiempo. Por eso es que yo los veo como dos objetos en lugar de uno.

Dana y Lilibeth se miran. Lilibeth hace una pequeña sonrisa y Dana se empieza a reír.

— Estás re drogada amiga.

— Si— Le respondo a Dana. — Pero en el sueño no lo estaba. Cuestión, yo empiezo a multiplicar un montón de cosas, pero después al rato desaparecen. Lo loco es que después me desperté, llegué a casa y cuando me dormí seguí soñando lo mismo.

— ¿Y qué pasaba? — Me pregunta Lilibeth mientras apaga un cigarrillo en el cenicero.

— Bueno, me doy cuenta que no me sirve de nada copiar cosas porque después me desaparecen así que empiezo a caminar por la ciudad y abro las cajas registradoras de los negocios y multiplico los billetes. Lo mismo cuando veo a alguien con plata en la mano. No sé cuánto tiempo estoy haciendo eso y de golpe tengo un montón de plata y empiezo a comprar muchas cosas. Y no sé qué pasa en el medio, pero aparezco en una especie de mansión y soy millonaria, pero en la tele sale que hay billetes que están desapareciendo en todo el país y que la policía busca al responsable. Y yo me empiezo a asustar mucho y ya, me desperté.

Dana sigue riéndose. Lilibeth se queda seria mirándome y hace una pregunta.

— ¿Y no se te ocurrió fijarte que pasaba si te clonabas a vos misma?

Me quedo pensando un momento y le respondo que no. Lilibeth tarda unos segundos en contestar.

— Tendrías que haberlo hecho. Voy al baño.

Dana y yo nos quedamos solas y la expresión de Dana se pone más seria. Me agarra la mano y me dice que Darío le contó lo del, entre comillas, bebé. Me pregunta si quiero hablar de eso y yo le respondo que no.

Al final no salgo con los chicos.  Vuelvo a casa más o menos a las dos de la mañana y lo veo a Darío que está viendo una serie española en mi computadora. Me pregunta que tal estuvo el cumpleaños y me habla de otras cosas. No le doy mucha bola porque estoy un poco mareada por el alcohol. Voy a la cama y le digo que se venga a acostar conmigo. Terminamos poniéndonos a coger. Le pido que use forro las dos veces que lo hacemos. Para la primera acabo relativamente rápido, la segunda tardo bastante y para lograrlo, Darío usa los dedos. Cuando terminamos me dice que quiere hablar de un par de cosas conmigo, pero pasan unos minutos y se queda dormido, me doy cuenta por los ronquidos. Yo me pongo una remera y después de apagar todas las luces del departamento me acuesto a intentar dormir.

 

Al parecer, un repentino flujo de billetes que desaparecen hizo colapsar la economía del país. Los pesos efímeros, como les dicen, circulan igual que los pesos reales. Los negocios no los aceptan, pero la gente los intenta utilizar igual. A muchos empleados les empiezan a pagar con eso. En las ciudades hay disturbios, saqueos, todo se pone caótico. Maribel sabe que es la responsable así que está escondida porque la policía la busca. Vive en una mansión con su pareja, que no es Darío, sino Lautaro. En su inmenso parque hay una reunión de Boys Scouts. Son aproximadamente quince niños de unos diez años. Están sentados alrededor de un enorme pino muy parecido al que Maribel veía en el patio de una fábrica de San Martín todos los días cuando iba a la escuela. Maribel se asoma por la ventana de su cuarto y al ver el pino se pregunta que es lo que puede llegar a pasar si lo replica con su aplicación. Decidida a averiguarlo, lo escanea con la cámara del celular y luego, sin prestar atención a donde está apuntando, procede a multiplicarlo. Maribel descubre horrorizada que la enorme planta replicada apareció al lado de la original, aplastando a varios de los niños. Cuando ésta desaparece, al verdadero pino se le empiezan a notar manchas de sangre cerca de sus raíces, y aunque no se pueda ver, bajo la tierra hay más de un cuerpecito muerto que la planta arrastró al regresar al lugar de donde nunca tendría que haber salido.

Maribel corre horrorizada al sótano de su mansión. Quiere destruir el celular para no causarle más daño a nadie con la aplicación. En el inmenso sótano, con todo el suelo cubierto por una alfombra roja, la espera Lautaro, vistiendo una salida de baño blanca. Ella le pide que la deje sola y él se retira del lugar. Maribel decide probar una última cosa antes de romper el celular. Se escanea a ella misma e inmediatamente aparece su propia réplica. Es idéntica en apariencia, delgada y de piel morena igual que ella. La segunda Maribel solo viste su ropa interior y pareciera no poder mantenerse en pie. Cuando está a punto de caer, la original la sujeta y la sostiene en brazos, como a un bebé. Los ojos de su doble denotan miedo y confusión; sensaciones que enseguida se le transfieren a ella. Toda la estructura de la habitación donde se encuentran comienza a desmoronarse hasta que solo queda Maribel con su réplica en brazos, parada en un pedazo pequeño de suelo que flota en una interminable oscuridad. Maribel intenta con mucho esfuerzo mantenerse en pie y poder sujetar a su réplica. Se siente mareada y desorientada. Si algo le pasa a la segunda Maribel, ella misma puede desaparecer, puesto que son la misma persona. Con el poco uso de consciencia que le queda, Maribel espera que la réplica desaparezca y todo vuelva a ser como unos segundos atrás. Pero es inútil, su doble sonríe mientras babea, y posteriormente, se deja caer al vacío. Maribel se queda ahí parada esperando que pase lo que tenga que pasar.

 

Van casi dos semanas desde que me mudé de nuevo a casa de mi mamá en San Martín. Con Darío decidimos tomarnos ese tiempo para determinar lo que vamos a hacer. Supuestamente vamos a hablar después de la celebración de año nuevo, pero lo cierto es que en minutos ya va a ser 2018, y aún no estoy ni cerca de haber tomado una decisión. Estoy muerta de sueño, pero le prometí a mamá que voy a quedarme hasta las doce para brindar con ella. Luego dormiré una hora así puedo salir con los chicos. Dana me va a pasar a buscar en moto.

Se hicieron las doce clavadas. Desde la terraza ya se empiezan a ver y escuchar los fuegos artificiales. Para mi sorpresa son muy pocos. Es lo mejor para los animales, los estruendos les causan un daño enorme. Aunque dudo que ese sea el motivo de la escasa pirotecnia de estas fiestas. Pienso que tiene que ver con que nadie tiene mucha plata para gastar en eso, o simplemente es en vano celebrar y desear que éste sea un buen año sabiendo que probablemente eso no pase. Mientras pienso todo esto y tomo mi fernet, mamá sube y me ve llorando. Me da un abrazo y me promete que en este año solo me van a pasar cosas lindas. Me resulta un poco cínico de su parte, ya que no tiene ningún tipo de fundamento para garantizarme eso con tanta seguridad. Da igual, la dejo hablar. Obviamente me pregunta por Darío así que le respondo que no sé qué es lo que vamos a hacer. Me pregunta por la entrevista de trabajo que tuve hace un par de días y le digo que aún no tengo noticias. Me pregunta varias cosas más y mi respuesta es siempre “no sé”. Respondo eso porque es la verdad. Lo único que sé en este momento es que voy a salir y me la voy a pegar en la pera. Ya tengo mis flores para fumar. Lo único que me queda es dormir un rato y ya voy a estar diez puntos. Me convenzo de eso y de a poco me intento sacar las ganas de llorar.

 

No es nada lo que sabe Maribel. Por el momento desconoce la relación del sueño de ahora con los que tuvo en los días calurosos de mediados de diciembre. El auto da vueltas por las calles de un pueblito perdido por ahí. Maneja su mamá, que no ha dicho aún ni una palabra. Maribel viaja sentada atrás. La radio suena ininterrumpidamente hasta que la música se detiene y comienza a hablar un locutor. Maribel escucha con atención.

— Y se siguen reportando cada vez más casos y es poco lo que sabemos de estos seres. Nos invaden por todos lados y ya se está elaborando un protocolo con las acciones pertinentes que se deben tomar si alguien se reconoce en uno de ellos. Por el momento se recomienda mantener la calma y no entrar en pánico. Las autoridades siguen buscando a la responsable de haber generado semejante caos. Ésta es toda la información que tenemos…

Maribel se empieza a sentir mareada, su madre apaga la radio.

— Y mirá negrita. — Dice la madre. —Yo no zafé así que por las dudas ya me estoy haciendo cargo del tema. Después de un tiempo hasta te acostumbrás, por eso a la mía ya la llevo a todos lados y hasta la vestí. Total, es cuestión de tiempo para que, en teoría, desaparezca.

Maribel nota horrorizada como desde el asiento de adelante, el de acompañante, una señora con la misma cara que su madre, sus mismas arrugas, su color de pelo y ojos se da vuelta, y con la mirada perdida, emite un gemido espantoso. Maribel no puede definir si la réplica está enojada, triste o feliz. Quizás tenga la dicha de experimentar emociones mucho más evolucionadas que esas. Se da cuenta de que está soñando y sabe que en cualquier momento se va a despertar, quiere hacerlo porque teme que de nuevo aparezca su doble y todo se distorsione de tal manera que tal vez ya nunca pueda volver a la realidad. Maribel quiere salir ya de ese auto y sin embargo hay tantas cosas que necesita entender.

 

Abro apenas los ojos y veo que ya son las cinco de la mañana. No me preocupo por no haber salido con mis amigos. Estoy un poco dormida todavía. Creo que si lo intento puedo volver al auto. Tengo que saber qué es lo que quieren esos bichos raros. Quizás me necesitan y yo los puedo ayudar. Quizás ellos son los únicos que pueden salvarnos a nosotros y en realidad no hay por qué temerles. Por momentos siento que todo eso pasó de verdad. En una de esas, en realidad son ellos los que nos sueñan, y como malagradecidos que somos, deseamos que desaparezcan. Tal vez todo lo que tengo que hacer es dejar que vuelva mi réplica y saltar con ella al vacío, o hacerle entender que no corre ningún peligro conmigo. Abrazarla y decirle que no tenga miedo. Porque tal vez están muy asustados porque los sacamos de su tiempo para que de golpe aparezcan en el nuestro, sin entender nada y viendo en nosotros aquello en lo que no se quieren convertir. Y encima, peor, tal vez en donde estaban antes eran felices, porque se supone que somos nosotros mismos y yo recuerdo que alguna vez lo fui. Quiero volver con mi réplica porque a lo mejor, como todo el mundo, está buscando algo y yo la puedo ayudar a saber qué.

 

Maribel siente la brisa que entra por la ventana de su cuarto, la suavidad de sus sábanas, la almohada en su cabeza, pero sigue en el auto. Se baja.

 

Me destapo y le dejo lugar en la cama a Maribel. Nos abrazamos. Yo cierro los ojos, creo que ella también. Inevitablemente nos vamos a quedar dormidas en unos segundos. Siento una gran paz, creo que viene de ella.

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