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Mostrando entradas de mayo, 2022

El último movimiento

  Los dos se sentaron a tomar algo. Uno era delgado, entrado en edad y muy alto, el otro era Joannes Kraft. — Algo me enteré, pero mejor contámelo vos. — Dale, ¿Qué parte querés saber? — Contame toda la anécdota. — Bueno. — Pero pará, contame todo con lujo de detalles y no la hagas muy larga. — ¿Por dónde empiezo? — Ubicame un poco en contexto si querés, como si no te conociera. — Dale. — Pero pará, Joannes. Trata de que sea como una sinopsis. Resumilo en tres actos y con las peripecias estructurales bien definidas. — ¿Tercera persona? — Si, en tiempo presente. Y trata de no usar gerundios. — ¿Puedo putear? — En la medida de lo posible no. — Voy a tratar. Empiezo. — Dale. — Por el año 1790, en un poblado austríaco, vive un talentoso y alcohólico compositor llamado Joannes Krafft. Luego de una habitual noche de juerga, Krafft duerme bajo la lluvia y bajo el brazo tiene la partitura de la sinfonía que quiere tocar en las audiciones que se hacen en la i...

El del precinto

  En el asiento de acompañante viajaba el jefe y al lado manejaba el tipo que me puso el precinto, ni quiero decir el nombre de esos dos personajes. Atrás, en el baúl del auto, iba yo. No pude calcular exactamente cuánto tiempo, pero estuvimos viajando muchas horas. Sabía muy bien lo que se suponía que iba a pasarme. Intentaba gritar, pero me habían metido una media y tapado la boca con cinta. Cualquiera que me conoce sabe que nunca creí en ningún dios, y aun así, en ese momento me puse a rezar; pedía lograr sacarme el precinto que me sujetaba las manos, y mientras tanto tironeaba con todas mis fuerzas y más para poder lograrlo, pero era inútil: los precintos están hechos para no ser destrabados. Todo el cuerpo me dolía. El jefe, con mucho entusiasmo, me había dado una buena cantidad de golpes. El del precinto no lo disfrutó, pero cuando yo ya estaba en el suelo me propició unas cinco o seis patadas en el pecho. Finalmente, el auto se detuvo y todo se me distorsionó, había lle...

La casa blindada

De los diez que eran al principio, solo quedaban ellas dos. Ambas llegaron a la conclusión de que ya no les importaba cuidar lo que había adentro de la caja. De hecho, determinaron que la única manera de ponerle fin a tanto miedo y angustia, era terminando con sus vidas. Así que hicieron un pacto, una suerte de último símbolo del amor que se tenían. Lo iban a hacer con pistolas. La última vez que se usó una dentro de la casa fue cuando el difunto Roque, en un ataque de locura, le disparó a la caja. El metal impenetrable no sufrió ni un rasguño, pero la caja se desenchufó y cayó al suelo, por lo tanto, todo tembló, muchos muebles se rompieron y Roque se golpeó contra la pared fracturándose una pierna. Inmediatamente enchufaron de nuevo la caja y, con mucho cuidado, la volvieron a poner sobre el estante donde la siguieron cuidando. De aquel episodio pasó mucho tiempo. Eventualmente la gente del grupo se fue muriendo por enfermedades, suicidios y peleas entre ellos. Al final quedaron ...